Vivimos una época algo peculiar. Por primera vez, los padres tienen pleno acceso a una información cabal y profunda de los peligros inherentes a la infancia: amenazas, enfermedades, alimentación, etc. Sin embargo, lejos de aprovecharla y echársela sobre los hombros en beneficio de sus pequeños, la tiran por el desagüe para seguir aferrándose a unos miedos y ocurrencias desbordados de una sobreprotección a veces insultantes. Por ejemplo, esos padres que en invierno impiden que sus niños salgan a corretear por si sudan y se resfrían, al igual que también lo prohíben en verano por el sol y el calor. O aquellos otros para quienes la hora del bocadillo de Nocilla es motivo insoslayable para que cese cualquier juego que no sea el de la PlayStation y dediquen cuerpo y alma en devorar hasta la última migaja de pan –como si tuviésemos un problema de desnutrición por déficit, cuando tenemos malnutrición por exceso–. Por no hablar de esos padres que viven con el corazón ovillado, encorsetado, apuntalado por el miedo a que su hijo se caiga entre carreras y saltos. O sencillamente se agoten.
Asistimos, pues, a un escenario en el que muchos padres acaban literalmente por arrebatarles la infancia a sus menores. Y no sólo eso, sino a condenarlos muchas de las veces al sedentarismo y todo ese complejo rosario de desórdenes y patologías que del mismo se sustraen, entre ellos el sobrepeso y la obesidad. Claro que desconocemos las consecuencias a largo plazo de esta castración o desmoche en cuanto a unos atributos fisiológicos que parecieran ser un milagro de la creación en términos relativos. Y es que estos padres debieran saber que precisamente tienen a pequeños hombrecitos metabólicamente comparables a atletas olímpicos y no criaturitas indefensas y vulnerables al esfuerzo. Es por ello que quizás la ayuda la necesiten los padres sobreprotectores y no quienes biológicamente están más que preparados para tal esfuerzo. No sólo estamos limitando, sino que de hecho estamos inhabilitando.
Cuando decimos que los niños son pequeños hombrecitos metabólicamente comparables a atletas bien entrenados, no lo decimos a modo de ocurrencia ramplona, sino que hacemos referencia a lo que va a ocupar el siguiente espacio, y que no es otra cosa que un interesantísimo artículo de revisión publicado hace pocos meses en Sports Medicine bajo la firma de Sebastian Ratel, del Laboratorio de Adaptaciones Metabólicas al Ejercicio en Condiciones Fisiológicas y Patológicas de la Universidad Clermont Auvergne; y Anthony J. Blazevich, del Centro para el Ejercicio y la Investigación de las Ciencias del Deporte de la Universidad Edith Cowan, Australia. El nombre del mismo no deja lugar a equívocos: Are prepubertal children metabolically comparable to well trained adult endurance athletes?
Cuando evocamos a un niño que corre, nos imaginamos a una criatura inagotable en juegos y carreras, aunque con una mecánica ciertamente torpe. La evidencia científica ya nos viene señalando desde hace tiempo que los niños en edad prepuberal tienen una mayor contribución neta derivada del metabolismo aeróbico y una menor susceptibilidad a la fatiga muscular, lo cual los hace metabólicamente comparables a atletas bien entrenados. A fin de cuentas, son éstos dos de los parámetros diferenciadores que hallamos cuando comparamos a un corredor de fondo entrenado de aquel otro individuo desentrenado. Igualmente ocurre cuando comparamos experimentalmente datos derivados de mediciones intramusculares. A saber, niños y atletas bien entrenados comparten similares porcentajes de fibras de tipo I, densidad mitocondrial, actividad enzimática de la succinato deshidrogenasa, tasa de resíntesis postejercicio de fosfocreatina y tasa de eliminación de subproductos musculares como pudiera ser la carga de hidrogeniones. Ahondemos ahora en todo ello.
En cuanto a la capacidad de resistencia –entendida como el tiempo dado que puede mantenerse un individuo a una velocidad determinada o el porcentaje de velocidad aeróbica máxima– sabemos que ésta es menor en niños que en adultos, en parte atribuido a una menor eficiencia mecánica dados unos miembros inferiores más cortos y unas pobres habilidades motoras. Sin embargo, la capacidad de resistencia real podría ser similar entre niños prepuberales y adultos bien entrenados y mayor que en adultos desentrenados. De hecho, niños entre 6-15 años han mostrado ser capaces de correr más rápido a una concentración de lactato dada (por debajo de 2 mmol/L), una diferencia que desaparece al comparar con adultos bien entrenados. Por otro lado, al estudiar el primer umbral ventilatorio (VT1) en cinta rodante, que podría definirse como la intensidad de ejercicio en la que el lactato comienza a elevarse por encima de los niveles de reposo pero sin llegar a superar los 2 mmol/L, vemos que los niños de 5-6 años manifiestan un VT1 mayor que sujetos de 17-18 años (74.4 ± 6.0 vs. 50.5 ± 7.5%VO2max, respectivamente), sin que se observen diferencias entre estos niños y adultos bien entrenados.
Respecto a las mediciones musculares in vitro e in vivo, señalamos anteriormente que los niños tendrían un mayor potencial oxidativo que adultos jóvenes. Este fenómeno vendría dado por un mayor porcentaje de fibras de tipo I o lentas, mayor actividad enzimática oxidativa, mayor densidad mitocondrial, mayor velocidad de resíntesis de fosfocreatina postejercicio y aclaramiento de subproductos.
En relación a la composición de las fibras musculares, sabemos que el porcentaje de fibras de tipo I que hallamos en el vasto lateral de corredores de medio fondo y fondo son mayores que las encontradas en deportistas de lucha greco-romana, levantadores de peso olímpico, estudiantes de educación física o kayakistas. Sin embargo, el porcentaje de fibras de tipo I encontradas en corredores de larga distancia es comparable al hallado en niños de 5-13 años. Sabedores que el menor ratio PCr-fosfato inorgánico hallado mediante espectroscopia por resonancia magnética nuclear implica un mayor porcentaje de fibras de tipo I, se ha observado cómo fondistas de nivel nacional e internacional muestran un ratio PCr-fosfato inorgánico un 35% menor que adultos desentrenados, y un 28% menor en niños prepuberales. Este hecho viene a recalcar las particularidades musculares de los niños en relación a las fibras de tipo I y su capacidad oxidativa.
De hecho, cuando consideramos la actividad oxidativa según el nivel de enzimas oxidativas como la succinato deshidrogenasa, vemos que ésta actividad es mayor en corredores bien entrenados (6.4 ± 0.5 μmol x min x gr) que en levantadores de peso (3.0 ± 0.3 μmol x min x gr) y adultos desentrenados (4.3 ± 0.6 μmol x min x gr). Sin embargo, un niño de once años, bajo las mismas condiciones experimentales, puede mostrar un valor máximo mayor (6.3 μmolx min x gr) similar al alcanzado por un atleta de larga distancia bien entrenado. Una actividad que abre diferencias aún mayores cuando comparamos entre grupos prepuberales y adultos desentrenados. Por si fuera poco, tan sólo 6 semanas de entrenamiento moderado puede ser suficiente para disparar la actividad de SDH de 5.4 μmol x min x gr a 7 μmol x min x gr en niños de 11 años. Un fenómeno que deja entrever el incremento en la capacidad oxidativa que puede lograr un niño con un entrenamiento moderado, mayor incluso que su contraparte adulta bien entrenada.
En lo que se refiere a la densidad mitocondrial, análisis morfométricos del músculo esquelético proveen evidencia clara de que dicha densidad es mayor en corredores bien entrenados que en individuos desentrenados. Yendo más allá, tenemos pruebas de cómo la densidad mitocondrial en el vasto lateral en jóvenes respecto a mujeres sedentarias varía de 5.9% a 4.1%, respectivamente, mientras que en atletas de 25 años podemos encontrar 8.6%. Sin embargo, algunos autores han reportado una densidad mitocondrial media de 5.5% en niños de 5 años.
Otro de los aspectos a considerar es el relativo a la tasa de recuperación de fosfocreatina. Al respecto, existe literatura científica que deja ver cómo esta tasa de recuperación en los flexores plantares es dos veces mayor en atletas de medio fondo bien entrenados en comparación con adultos desentrenados (t1/2: 12.5 ± 1.5 s vs t1/2: 26.4 ± 2.8 s). Sin embargo, estos números son comparables a los hallados de igual en niños de 6 a 12 años (t1/2: 12 ± 4 s). Por su parte, adultos desentrenados de 20 a 29 años manifiestan una tasa de recuperación más lenta (t1/2: 27 ± 8 s), siendo mucho más lenta aún en mayores de 70 a 83 años (t1/2: 32 ± 11 s).
Finalmente, también hemos de considerar la tasa de aclaramiento de pH muscular tras una actividad intensa. En base a ello, sabemos que esta es hasta 3 veces más rápida en ciclistas de ruta tras ciclos de ejercicio llevados hasta la extenuación (32.8 ± 18.9 mmol xmin-1) en relación a jóvenes adultos activos (10.3 ± 6.7 mmolx min). Lo sorprendente resulta que esta tasa de recuperación mayor hallada en atletas bien entrenados es comparable a la encontrada después de un ejercicio de flexión dinámica de 3 minutos en prepuberales respecto a adultos no entrenados.
Así las cosas, desde un punto de vista más práctico, podemos decir que el perfil metabólico de los niños se traduce en una menor fatiga inducida por el ejercicio, especialmente en actividades dinámicas intermitentes como el ciclismo y el correr. Tan es así que existen trabajos al arrimo de los cuales niños prepuberales producen decrementos en la potencia media en el pedaleo menor a los hombres durante dos test de Wingate consecutivos con 1 minuto de recuperación pasiva (-11% vs -29%, respectivamente). Unas diferencias que se borran en cuanto comparamos a niños prepuberales con atletas de resistencia, habida cuenta que bajo las mismas condiciones experimentales, ciclistas de ruta de nivel Olímpico experimentan unos decrementos de -13%, al igual que se diluyen las diferencias cuando hablamos del índice de fatiga en niños prepuberales (-44%) respecto a ciclistas profesionales (-43%). Por el contrario, adultos desentrenados alcanzan un -52%, frente al -61% de sprinters adultos entrenados.
Con estos mimbres, vemos cómo los niños comparten muchos aspectos en común con los atletas más preparados y del más alto nivel. Una de las posibles explicaciones se hallaría relacionada con su pequeño tamaño. Es decir, al tener una menor dimensión corporal, existe igualmente una menor distancia de circulación cardiovascular –no sería lo mismo una pista de 100 metros que supondría el cuerpo del niño en comparación a una de 400 que sería la del adulto–. Un hecho que llevaría consigo un menor tiempo de tránsito circulatorio y cambio gaseoso más rápido tanto a nivel muscular como a nivel pulmonar. Por tanto, los niños tendrían una recuperación más rápida de la frecuencia cardiaca y VO2 después el ejercicio, dada una mayor actividad parasimpática del sistema nervioso autónomo, tal y como ocurre en los atletas adultos bien entrenados en comparación con individuos sedentarios.
Así las cosas, esta optimización del metabolismo aeróbico que vemos en los niños se iría diluyendo con la madurez. Y es que la evidencia científica sugiere que la actividad de enzimas asociadas a la glucolisis anaeróbica aumenta en los mamíferos conforme su tamaño corporal aumenta de igual. Es decir, los seres humanos vendríamos tiranizados por un sistema predefinido de obsolescencia programada, tal y como ocurre con algunos electrodomésticos o el tan comentado caso de los iPhones y sus actualizaciones. Sin embargo, hablamos siempre de un proceso evolutivo que iría quemando sus diferentes etapas conforme se va ejecutando el proceso de maduración y tránsito hacia la vida adulta de un modo natural. La pregunta que cabría hacerse en este punto sería: ¿y si cortamos deliberadamente esas cuerdas, esos rieles por los que deben pasar los vagones de la niñez hasta conducirnos a una madurez óptima?
Cada día que pasa sabemos más acerca de la epigenética, el diálogo genoma-ambioma y todo un rosario de fenómenos subterráneos que acabarán por marcar nuestros comportamientos y enfermedades futuras. Arrancar de raíz todo ese cableado de la niñez y lo que ella implica (correr, saltar, jugar, caerse, hacerse algún que otro chichón), además de obstaculizar su interrelación con el medio, es algo de lo que aún desconocemos las consecuencias que podrá tener a largo plazo. A fin de cuentas, estamos en un punto por el que el ser humano aún no ha transitado en toda su historia. Las tasas de obesidad infantil y adolescente se han multiplicado por diez en los últimos 40 años en todo el mundo. De hecho, según la propia OMS, la obesidad ha alcanzado ya proporciones de epidemia, muriendo cada año más de 2.8 millones de personas en el mundo por sobrepeso y obesidad. Es más, el sobrepeso y la obesidad matan a día de hoy a más personas en todo el mundo que la insuficiencia ponderal. En 2016, más de 40 millones de niños menores de 5 años tenía ya sobrepeso. Yendo más lejos, para ilustrar tal tendencia ascendente, bastaría considerar que desde 1975 a 2016, las niñas con obesidad pasaron de ser 5 millones a 50 millones, mientras que la evolución en el caso de los niños pasó de 6 a 74 millones. De este modo, en 2016 había en todo el mundo 124 millones de niños y adolescentes con obesidad y 213 millones con sobrepeso. Unos números ciertamente aterradores.
De igual que el agua acaba buscando al río y el río buscando al mar, los niños parecieran venir ya preparados de fábrica para acometer semejante peregrinaje hacia la madurez con un potencial físico con el que jamás volverán a hallarse en la vida adulta a menos que se siga cultivando mediante la actividad deportiva. Apartarlos de aquello para lo que están preparados para ponerlos de bruces frente a un televisor o una videoconsola es sacrificar su propia naturaleza. Y es que, como hemos visto líneas arriba, estas pequeñas criaturas son, lisa y llanamente, atletas adultos bien entrenados pero en cuerpecitos XXS. Que no les corten las alas.
REFERENCIAS:
-S Ratel et al. Are Prepubertal Children Metabolically Comparable to WellTrained Adult Endurance Athletes? Sports Med. 2017 Aug;47(8):1477-1485.
-Maffetone PB et al. Overfat Adults and Children in Developed Countries: The Public Health Importance of Identifying Excess Body Fat. Front Public Health. 2017 Jul 24;5:190
-S Ratel et al. Are Prepubertal Children Metabolically Comparable to WellTrained Adult Endurance Athletes? Sports Med. 2017 Aug;47(8):1477-1485.
-Maffetone PB et al. Overfat Adults and Children in Developed Countries: The Public Health Importance of Identifying Excess Body Fat. Front Public Health. 2017 Jul 24;5:190