La estupidez adulta, al igual que el papel, lo aguanta todo. Lo decente y lo indecente. Entre ello, mantener esa reacción tan extendida de contemplar al niño rellenito como algo gracioso, entrañable si cabe. Máxime si lo vemos realizar alguna actividad física como el correr. Hasta que, con el tiempo, caemos en la cuenta de que ese niño que tan torpemente se desenvuelve en el desarrollo de sus actividades cotidianas sufre. Y sufre no solo en su fuero interno, sino que sufre físicamente; es decir, padece dolor crónico como comorbilidad asociada a la obesidad. El problema es que muchas de las veces tardamos años en apreciar su dolor. Otras tantas, ni siquiera lo apreciamos. Y en la mayoría de los casos, ignoramos su estrecha relación con la obesidad.
En un trabajo de 2016, Hainsworth et al., entrevistó a 233 padres de niños tratados en una clínica multidisciplinar para el dolor pediátrico. La mayoría de los padres de niños obesos manifestó creer que el peso corporal de sus hijos no contribuía en absoluto al dolor ni que fuera relevante para el tratamiento del mismo. Por su parte, sólo una mitad asumió la importancia de la nutrición y la actividad física como un elemento de importancia en el tratamiento del dolor. Todo ello no hace sino dibujar la necesidad de integrar a los padres en el manejo de la obesidad de los niños antes incluso del tratamiento mismo, en tanto que educarlos en la eliminación de percepciones erróneas en relación al vínculo entre peso y dolor. Claro que el interés de Hainsworth por conocer la percepción de los padres no es arbitrario. Y es que, cuatro años antes, publicó un trabajo en relación al dolor en los niños obesos en la revista Infant, Child, & Adolescent Nutrition. Sobre una muestra de 74 niños de 11.7 años de media, evaluó el dolor previo, intensidad del dolor y característica del dolor durante un test de 5 minutos de paseo. El 73% reportó dolor previo, el 47% manifestó sufrir dolor el mismo día del programa y, lo más lancinante, el 42% de todos ellos sufrió dolor severo. Un dolor que fue localizado generalmente en los miembros inferiores y en relación a la actividad física. Así pues, los autores sugirieron que el dolor debería ser reconocido como una comorbilidad de la obesidad pediátrica. Deere et al., por su parte, encontró que los adolescentes obesos tienen mayor probabilidad de reportar dolor musculoesquelético, incluyendo dolor de rodilla y dolor crónico general (CRP). Señalar que además los sujetos obesos obtuvieron mayores puntuaciones a la hora de evaluar el dolor de rodilla y CRP que los no obesos, lo que sugiere un fenotipo más severo y con una peor prognosis. Por su parte, la prevalencia de dolor crónico de espalda en niños se sitúo en un rango entre 14-24%, siendo de hasta un 8% el dolor generalizado.
Claro que no solamente podemos tener en cuenta el dolor musculoesquelético. Sabemos igualmente que los niños obesos reflejan más frecuentemente dolor abdominal y dolor de cabeza, además de tener una mayor prevalencia de cuadros depresivos y ansiosos. Un dolor que, en términos generales, interfiere con sus actividades funcionales cotidianas, como la atención en el colegio y los eventos sociales. Asimismo, estos niños reportan mayor estrés y desafíos psicosociales que sus pares no obesos, traduciéndose en un riesgo incrementado de alteraciones psiquiátricas en la edad adulta. Por otro lado, recalcar que solamente una quinta parte de estos sujetos tiene una causa específica o diagnóstico médico que identifique por sí mismo su dolor. Sin embargo, la asociación es visible: un 40% de los niños con dolor crónico sufriría de sobrepeso u obesidad, como a bien tiene a subrayar uno de los trabajos de Wilson AC et al. más referenciados en esta área y publicado la Clinical Journal of Pain, de modo que el peso sería por sí mismo un predictor de las limitaciones físicas con las que nos encontraríamos a la hora de realizar actividades vigorosas.
Sin embargo, es en relación a esta actividad física donde se enmaraña el asunto. Y es que sabemos que los niños tienden a relacionar su menor actividad física con el dolor sufrido. En cambio, los padres lo suelen achacar al propio peso de los mismos. Es decir, por un lado tendríamos a unos niños sumidos en una espiral de ausencia de actividad física y dolor aumentado capaces de mermar la calidad de vida y autoestima de los mismos; y, por el otro, unos padres totalmente ajenos a la realidad de esos pequeños en lo que concierne a su actividad física, peso y relación con el dolor. Lo que sería vivir en un completo y lejano mundo paralelo. Y un dolor que no hace sino reflejar una marcada reducción en la salud osteoarticular y cambios en la estructura musculoesquelética capaces de influenciar negativamente el rendimiento motor, incluyendo fuerza muscular, equilibrio y capacidad para caminar. Asimismo, la flexión de cadera y rodilla también se ve afectada en niños obesos debido a la contracción concéntrica de los flexores de la cadera, resultando en cambios en la forma de caminar para hacer frente al aumento en la masa corporal. También vemos en estos niños un riesgo aumentado de sufrir fracturas óseas, lo que no haría sino engrasar aún más el círculo vicioso de incapacidad, dolor, menor actividad física y obesidad.
Con estos mimbres, se antoja no sólo torpe, sino además irresponsable el condenar a estos niños a realizar actividades físicas de alto impacto como lo son el correr. Es evidente y lógico que estos niños no quieran salir a reventarse pies y rodillas corriendo por el parque. Y no por vagos, sino por una mezcla de incapacidad, dolor, vergüenza y baja autoestima. ¿Querrías acaso correr tú con un sistema musculoesquelético tan mermado y sufriendo dolor a cada zancada? R Mesquita et al., en un trabajo publicado el mes pasado en Gait & Posture, estudió a 42 niños obesos de entre 5 y 10 años de edad, hallando que la obesidad en la infancia se asociaba a un incremento en la presión plantar durante la actividad de correr que obligaba a los niños a autoregular su velocidad de carrera a fin de evitar la incomodidad y dolor en las plantas. Este hecho apoyaría la idea de que los niños obesos tienen un mayor riesgo de desarrollar incomodidad y dolor en los pies asociados a la actividad física.
Todo ello, sumado al rosario de descompensaciones estructurales posibles, como la pérdida del arco longitudinal del pie, capaz de afectar la función dinámica de la amortiguación de los mismos; pérdida de contacto mediante la columna lateral del pie con desplazamiento completo de la carga hacia la superficie plantar, pudiendo aparecer callos medioplantares e incluso úlceras por la presión plantar mantenida; pérdida del arco transversal y formación de juanetes o bunios (hallux abductus valgus); la incapacidad para tolerar cargas durante la ejecución de actividades de la vida cotidiana, etc. no hacen sino engrandecer una bola de nieve que se desliza colina abajo. Y unas sobrecargas constantes capaces de desencadenar asimismo problemas osteoarticulares mayores. A saber, tibia vara, genu varu, deslizamiento de la epífisis capital del fémur (SCFE), osteoartritis, etc.
Así las cosas, debemos ser conscientes de que la obesidad infantil encierra muchos y graves problemas cotidianos con los que los niños han de lidiar con mejor o peor suerte cada uno de los días que sale el sol. Baja autoestima, vergüenza, estrés, ansiedad y, por si fuera poco, dolor físico. Es decir, una vida repleta de interferencias y señales que se pierden y no acaban por llegar a ningún lugar. Y unos padres que, muchas de las veces, lejos de ser parte de la resolución del problema, lo sobredimensionan por su mala gestión. Sólo la comprensión, la empatía y el trabajo multidisciplinar podrán cortar el nudo gordiano de un problema que no hace sino crecer en nuestro contexto sociocultural actual. Ningún niño merece tener que aprender a convivir con el dolor permanente.
REFERENCIAS:
-KC Deere et al. Obesity is a risk factor for musculoskeletal pain in adolescents: Findings from a population-based cohort. Pain. 2012 Sep;153(9):1932-8
-KR Hainsworth et al. “What Does Weight Have to Do with It?” Parent Perceptions of Weight and Pain in a Pediatric Chronic Pain Population. Children (Basel). 2016 Dec; 3(4): 29.
-KR Hainsworth et al. Pain as a Comorbidity of Pediatric Obesity. Infant Child Adolesc Nutr. 2012 Oct 1; 4(5): 315–320.
-AC Wilson et al. Obesity in children and adolescents with chronic pain: associations with pain and activity limitations. Clin J Pain. 2010 Oct;26(8):705-11
-R Mesquita et al. Childhood obesity is associated with altered plantar pressure distribution during running. Gait Posture. 2018 Mar 14;62:202-205
-SM Smith et al. Musculoskeletal pain in overweight and obese children. Int J Obes (Lond). 2014 Jan; 38(1): 11–15
-KC Deere et al. Obesity is a risk factor for musculoskeletal pain in adolescents: Findings from a population-based cohort. Pain. 2012 Sep;153(9):1932-8
-KR Hainsworth et al. “What Does Weight Have to Do with It?” Parent Perceptions of Weight and Pain in a Pediatric Chronic Pain Population. Children (Basel). 2016 Dec; 3(4): 29.
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-SM Smith et al. Musculoskeletal pain in overweight and obese children. Int J Obes (Lond). 2014 Jan; 38(1): 11–15