Gatos que en danzas imposibles se lanzaban a sí mismos al mar hasta morir ahogados. Vecinos con delirios, convulsiones y pérdidas de conciencia. Así fue la bahía de Minamata de los años 50 tras décadas de vertidos al mar por parte de la petroquímica Chisso. Años después, en 1968, el gobierno japonés relacionaría los vertidos de mercurio con los efectos tóxicos hallados. Hablamos de la Enfermedad de Minamata o envenenamiento por mercurio. Desde entonces, el mercurio se ha convertido en un recurrente hombre del saco al que todos tememos por los terribles efectos de este metal pesado. Un temor multiplicado cuando de su presencia en los pescados se trata, concretamente en forma de metilmercurio. Y es que este metilmercurio se absorbe más rápidamente que el mercurio inorgánico dada su naturaleza lipofílica, pudiendo atravesar fácilmente la placenta y barrera hematoencefálica. Entre los posibles daños se encuentran afecciones del sistema nervioso central, función locomotora, auditiva y efectos inmunotóxicos. Sin embargo, pese a ello, nos olvidamos en toda esta trama del metilmercurio y el pescado del que viene a ser nuestro auténtico antihéroe: el selenio.
La selenocisteína es un aminoácido que –como su nombre indica– contiene selenio y es el compuesto activo de las selenoproteínas. Cuando la selenocisteína es degradada, se libera seleniuro, tremendamente vulnerable a la unión con metales pesados como el mercurio. Esto es así ya que los seleniuros libres formados tras cada ciclo de síntesis de selenocisteína poseen una constante de afinidad para el mercurio extremadamente alta. Los precipitados de seleniuro de mercurio así formados poseen una solubilidad muy baja, por lo que se consideran metabólicamente inertes. El problema estriba en que, una vez unido el átomo de mercurio al átomo de selenio, éste selenio queda secuestrado y deja de estar disponible para la formación de selenoproteínas. Por tanto, vemos cómo el metilmercurio puede actuar como el villano de la película, apoderándose del selenio disponible para la formación de selenoproteínas. Recordemos además que el selenio es esencial para el funcionamiento de más de 20 enzimas esenciales. Por tanto, conviene atar en corto a este mercurio circulante, de modo que el selenio puede correr una suerte de antídoto frente al mismo. Y claro está, necesitamos de selenio libre para que ejerza sus funciones, pero también para que se lleve fuera al temido metilmercurio. Y es que el selenio ejerce un antagonismo toxicológico en relación al mercurio, y por eso es de gran importancia reincorporarlo al sistema toda vez que éste ha participado en la expulsión del metilmercurio, ya sea para seguir con sus labores propias como en aquella otra de antihéroe.
Así las cosas, es de presuponer que el problema en relación al pescado y su contenido en mercurio no emanaría del riesgo hipotético de acuerdo a los niveles de mercurio, sino que deberíamos considerar el problema en base a la relación molar selenio : mercurio. Es decir, a mayor relación selenio : mercurio, mayor probabilidad de que la síntesis de selenoproteínas no se vea alterada. Para ello, debemos tener en consideración que los peces de mar, generalmente, poseen mayor contenido de selenio que de mercurio, al igual que los mariscos. Por el contrario, los peces de agua dulce presentan una mayor variabilidad. Las concentraciones de metilmercurio son mayores en lagos donde los niveles de selenio regionales en la tierra son bajos y viceversa. Estudios realizados en lagos con bajo contenido en selenio y alto en metilmercurio hallaron que agregar selenio a los lagos se tradujo en una reducción de más de un 75% en los niveles de mercurio en los peces. Igualmente, investigadores japoneses encontraron que añadir selenio a la dieta de las aves produjo una protección frente a grandes cantidades de mercurio, reforzando la idea del antagonismo toxicológico.
Por tanto, a la hora de comprender cabalmente este rompecabezas del mercurio y los pescados, hemos de tener en consideración el importante papel activo llevado a cabo por el selenio, recordando que 16 de las 25 mayores fuentes de selenio se hallan en los peces marinos y mariscos. De este modo, la próxima vez que le asalten los fantasmas del mercurio, tenga presente que una cosa es el riesgo hipotético y otra el riesgo real. Y tenga presente el grandioso papel llevado a cabo por nuestro antihéroe el selenio a la hora de preocuparse por el riesgo real.