Jennifer Temple es directora del Nutrition and Health Research Laboratory de la Universidad de Buffalo, EE.UU. Entre sus temas de investigación, se halla el estudio del impacto de la cafeína en el comportamiento, fisiología y estado de ánimo de niños y adolescentes. De hecho, sus trabajos han sido de los primeros en sondear este grupo poblacional en relación al consumo del que es el estimulante más consumido en el mundo. Sin embargo, gran diferencia de forma y fondo separa el patrón de consumo de niños y adultos. A saber, en los primeros, el consumo de cafeína es principalmente a través de refrescos de cola, los cuales también tienen grandes cantidades de azúcar añadida, lo que supone la activación de las áreas de recompensa de un modo similar al que lo hacen otras drogas de abuso como la nicotina. Así pues, esta similitud entre el azúcar y otras drogas de abuso abre la posibilidad de que el azúcar potencie la sensibilidad, preferencia y consumo de cafeína a través de estas bebidas. No en vano, la cafeína también puede activar los sistemas dopaminérgicos, de tal modo que el consumo aparejado de cafeína y azúcar en bebidas podría actuar sinérgicamente en la liberación de este neurotransmisor y, como consecuencia, reforzando aún más el consumo de las mismas.
Por otro lado, el cese o retirada en el consumo de cafeína produce en adolescentes los mismos síntomas que en adultos consumidores: dolor de cabeza, somnolencia y fatiga (observado menos en los niños). Cabe señalar que en adultos, dosis moderadas de 200-350 mg disminuyen la frecuencia cardiaca y aumenta la presión sanguínea, al tiempo que aumentan los sentimientos de bienestar, mejora en la concentración y aumento en la excitación y energía. Por el contrario, dosis mayores a 400 mg producen sentimientos de ansiedad, náusea y nerviosismo. En el caso de niños y adolescentes, vemos las mismas respuestas en cuanto a efectos cardiovasculares y subjetivos. En cambio, dosis de 100-400 mg aumentan el nerviosismo, irritabilidad e inquietud. Huelga señalar que las respuestas subjetivas son más acuciantes en hombres que en mujeres. De hecho, las respuestas subjetivas a la cafeína varían en las mujeres según la fase del ciclo menstrual. Una posible respuesta la hallamos en los niveles de estradiol. A la fecha, sabemos que esta hormona reduce el metabolismo de la cafeína, afectando así a la vida media de la misma. Concretamente, inhibiendo la actividad del citocromo P450, resultando en un menor aclaramiento de la sustancia. Recordemos que hombres y mujeres experimentan diferentes respuestas subjetivas respecto a otras drogas como las anfetamina. Estudios han mostrado que dicho aclaramiento de la cafeína es menor en la fase lútea en comparación con la fase folicular. De igual, existen menores respuestas subjetivas positivas durante la fase folicular, lo que pone de relieve dichas variaciones a lo largo del ciclo. Hacer notar que en los trabajos de Temple, la fase del ciclo menstrual fue determinada midiendo los niveles de hormonas sexuales a través de la saliva en lugar del autoinforme, lo que minimiza ciertos sesgos.
Por tanto, esto abre la posibilidad de que los chicos generen mayor tolerancia y, de este modo, muestren unos efectos más reducidos tras el consumo de cafeína, ingiriendo así mayores cantidades que ellas. Igualmente, es posible que las chicas consuman menos cantidad de cafeína al experimentar en menor medida los efectos estimulantes y reforzadores que hallan ellos. Otro asunto importante ya columbrado en varios estudios es que, posiblemente, los efectos positivos de la cafeína en los consumidores crónicos no sean por la cafeína en sí, sino como resultado de eliminar los efectos negativos de la abstinencia. Es decir, no sería tanto el efecto estimulante, sino la reversión de la abstinencia.
A la hora de estudiar los patrones de consumo entre niños y adolescentes, vemos que éstos distan bastante del observado en adultos. Mientras que en los adultos el consumo de cafeína tiene que ver más con el hecho de combatir la fatiga –además del consumo hedónico que observamos en relación al café–, en niños y adolescentes el consumo de esta cafeína se halla más relacionado al hecho de tener un subidón, rendimiento deportivo y sentirse más llenos de energía. Es decir, representan sus motivaciones con un lenguaje más ligado a la mejora del estado de ánimo y el rendimiento, mientras que en adultos está más relacionado con la reversión de la abstinencia. Es por ello que los niños y adolescentes suelen beber más bebidas energéticas –el XXL de la cafeína–, mientras que las chicas beben más té. Este asunto no es nada baladí, habida cuenta que las bebidas energéticas tienen mucha más cafeína, por lo que posiblemente los chicos se autogeneren ese mayor disfrute o requerimiento de dosis mayores de cafeína que las chicas. En relación a esto, cabría preguntarse si las chicas consumen menos bebidas energéticas porque no perciben del mismo modo los efectos subjetivos positivos de la cafeína o, por el contrario, no experimentan dichos efectos puesto que consumen menos bebidas con un alto contenido en cafeína. Hasta el momento, desconocemos el sentido de la casualidad.
Respecto al auge de las bebidas energéticas y su consumo entre niños y adolescentes, hemos de tener presente que éstas suelen presentar cantidades de cafeína entre los 80-320 mg por servicio, existiendo referencias de algunas con hasta 505 mg. Es por ello que la Academia Americana de Pediatría y la Asociación Médica Americana apoyen la restricción de este tipo de bebidas a menores de edad. Hemos de tener presente que la cafeína es el único compuesto psicoactivo permitido legalmente a menores. Del mismo modo, debemos tener presente que la FDA limita el contenido de cafeína en bebidas carbonatadas a 71 mg por servicio. Sin embargo, las bebidas energéticas hallan su especial coladero al ser vendidas como suplementos alimenticios, por lo que no son sometidas al mismo procedimiento regulatorio, en parte porque la cafeína está considerada como GRAS (Generally Recognized As Safe); es decir, que bajo las condiciones de consumo habituales es segura. Claro que lo habitual para un niño y adolescente no es ese consumo XXL que vemos a través de las bebidas energéticas. De hecho, la Asociación Americana de Pediatría limita el consumo de cafeína en niños a 100 mg/día. Por tanto, debemos hacer una clara distinción entre el consumo adulto y el infantil, en tanto que hablamos de un segmento poblacional donde sus cerebros aún se hallan en desarrollo, consumen diferentes tipos de bebidas cafeinadas –azucaradas y en grandes cantidades, generalmente– y por diferentes razones.
Otro problema que se nos presenta en relación a las bebidas energéticas es su asociación al primer consumo de alcohol. Son muchos los adolescentes que mezclan destilados con bebidas energéticas. Estudios de laboratorio han demostrado en personas y animales que cuando una bebida energética o cafeína es ingerida con alcohol, aumenta el deseo o urgencia de ingerir más alcohol que con la misma dosis de alcohol sola. Del mismo modo, como ya hemos señalado, la cafeína aumenta la señalización de las vías adrenérgicas, produciendo un aumento en la presión sanguínea, glucosa en sangre y broncodilatación. Un aumento agudo en la presión sanguínea inocuo en personas sanas, pero que desconocemos en niños, quienes poseen tamaños corporales más reducidos y una tolerancia no desarrollada hacia los estimulantes. Recordar que la FDA considera seguro un nivel de cafeína en bebidas carbonatadas que no exceda las 200 ppm (0.02%). Para un niño de 50 kg de peso, la cantidad relativa hallada en una lata de 0.33 L sería de 1 mg/kg. Por su parte, Nawrot et al. determinaron que hasta 2.5 mg/kg/d no se asocia con efectos adversos. Una dosis claramente rebasada en muchos niños en nuestro contexto sociocultural actual. Sin embargo, Kristjansson et al. encontraron que dosis menores a 0.6 mg/kg/día en niños de 10-12 años se asociaban a problemas en el sueño. En otro trabajo con adolescentes entre 12-18 años, aquellos que dormían 8-10 horas consumían de media 54 mg de cafeína, mientras que los que dormían tan sólo 3-5 horas consumían de media 157.6 mg de cafeína (2.77 mg/kg). Esto pone de relieve otro de los eternos inconvenientes y problemas relacionados con el consumo de cafeína en niños y adolescentes: la alteración del sueño en un momento del desarrollo donde tanta importancia tiene el mismo.
En relación a la toxicidad aguda, existe literatura respecto a desenlaces letales y no letales en adolescentes en rangos de consumo entre 495 mg y 51.6 gr de cafeína. Eludiendo un caso de muerte con un consumo de 51.6 gr de cafeína mediante comprimidos por fallo respiratorio y hemorragia cerebral, así como dos intentos de suicidio (12 gr de cafeína) que llevaron a los adolescentes a un estado de hiperventilación y colapso cardiaco, además de vómitos, taquicardias e hipokalemia, el resto se hallaría relacionado al consumo de bebidas energéticas, con unos rangos de ingesta de cafeína entre los 480-800 mg de cafeína. Los efectos adversos manifestados serían hipertensión, palpitaciones cardiacas, taquicardia e hipokalemia. Así pues, de acuerdo a la enjundiosa revisión sistemática de Wikoff D. et al publicada en la prestigiosa Food and Chemical Toxicology, podemos establecer el límite de 10 gr para los desenlaces letales y 2.5 mg/kg/d para los no letales.
Con estas cartas sobre el tapete, vemos claramente que el consumo de cafeína en niños y adolescentes presenta unas claras diferencias respecto a su contraparte adulta tanto en la forma como en el fondo. De forma, en tanto que el tipo de bebidas y cantidades a las que recurren distan lo suficiente unas de otras. Y de fondo, habida cuenta que las razones que mueven a adultos y niños/adolescentes a ingerir este compuesto psicoactivo son sustancialmente diferentes, entrañando incluso ciertos riesgos y peligros entre estos últimos. Hasta hace poco tiempo, los adultos fuimos los primeros en desatender la importancia que se esconde tras este primer consumo en los menores. Por suerte, investigadores como la buena de Jennifer Temple han decidido cruzar el Rubicón y dar el aldabonazo preciso sobre un asunto que, sin adquirir la dimensión de otros mayores como lo son los relacionados con el consumo de alcohol entre los más jóvenes, adquiere su propia dimensión considerando que precisamente ambos consumos se cruzan y dan la mano cada vez con más frecuencia entre nuestros adolescentes de un modo simultáneo.
REFERENCIAS:
-JL Temple et al. Cardiovascular Responses to Caffeine by Gender and Pubertal Stage. Pediatrics Jun 2014, peds.2013-3962
-JL Temple et al. Effects of acute caffeine administration on adolescents. Exp Clin Psychopharmacol. 2010 Dec;18(6):510-20
-Wikoff D. et al. Systematic review of the potential adverse effects of caffeine consumption in healthy adults, pregnant women, adolescents, and children. Food Chem Toxicol. 2017 Nov;109(Pt 1):585-648
-CP Curran et al. Taurine, caffeine, and energy drinks: Reviewing the risks to the adolescent brain. Birth Defects Res. 2017 Dec 1;109(20):1640-1648
-JL Temple et al. Cardiovascular Responses to Caffeine by Gender and Pubertal Stage. Pediatrics Jun 2014, peds.2013-3962
-JL Temple et al. Effects of acute caffeine administration on adolescents. Exp Clin Psychopharmacol. 2010 Dec;18(6):510-20
-Wikoff D. et al. Systematic review of the potential adverse effects of caffeine consumption in healthy adults, pregnant women, adolescents, and children. Food Chem Toxicol. 2017 Nov;109(Pt 1):585-648
-CP Curran et al. Taurine, caffeine, and energy drinks: Reviewing the risks to the adolescent brain. Birth Defects Res. 2017 Dec 1;109(20):1640-1648