Venía repitiéndose como una peste maldita año tras año con la llegada del fin de mayo. A partir de ese momento, cientos de niños morían en el pueblo de Muzafarpur, al nordeste de la India. La sintomatología era siempre la misma: los niños se despertaban durante la madrugada, lloraban y convulsionaban hasta que, finalmente, entraban en coma. Hasta el 60% de los niños moría antes de llegar al hospital. Así hasta que, con la llegada de los monzones, la enfermedad se iba en silencio. Es decir, el brote tenía lugar entre los meses de mayo y julio. Unos meses en los que los niños de las familias de los estratos socioeconómicos más pobres revoleaban durante el día por los campos de Muzafarpur comiendo lichis inmanuros o podridos del suelo. Después llegaban a casa y se acostaban sin cenar. Hasta que hacía acto de presencia la temida parca.
Huelga señalar que Muzafarpur es la mayor zona de cultivo de lichi de toda la India y que entre mediados de mayo y junio tiene lugar el esperado momento de la cosecha. Las causas propuestas venían siendo desde encefalitis infecciosa, exposición a pesticidas y los propios lichis.
Huelga señalar que Muzafarpur es la mayor zona de cultivo de lichi de toda la India y que entre mediados de mayo y junio tiene lugar el esperado momento de la cosecha. Las causas propuestas venían siendo desde encefalitis infecciosa, exposición a pesticidas y los propios lichis.
En 2013, el Centro Nacional de Control de Enfermedades de la India (NCDC) y de Estados Unidos (CDC) comenzaron a investigar el asunto de las muertes de los niños de Muzafarpur, una muerte que tenía lugar en un promedio de 20 horas. Los primeros datos dejaban entrever que se trataría de una encefalopatía no infecciosa, lo que les llevó a poner la lupa sobre los pesticidas, herbicidas, insecticidas, metales pesados y medicamentos. Con todo, un elemento común aparecía en relación a las pruebas de laboratorio. A saber, que la mayoría de los niños presentaba niveles de glucosa en sangre por debajo de los 70 mg/dL, lo cual estaba asociado con incremento en la mortalidad. Esto les condujo a la posibilidad de que existiera una toxina ambiental que desencadenara estos bajos niveles de glucosa y, posteriormente, convulsiones y encefalopatía. Informes publicados relativos a casos de la enfermedad del vómito jamaicano o síndrome hipoglucémico tóxico en las Indias Occidentales señalaban a una toxina presente en una fruta prima del lichi. Hablamos de la hipoglicina A, característica del ackee, la fruta nacional de Jamaica. Una fruta procedente del oeste de África introducida en el Caribe a finales del siglo XVIII por el botánico Thomas Clarke y, posteriormente, de Jamaica a Inglaterra. De hecho, el nombre científico del ackee (Blighia sapida) es debido al capitán William Bligh, quien acometió semejante peregrinaje. Desde entonces, tan presente está la fruta en Jamaica que la joya gastronómica de la isla es el ackee y bacalao.
Así las cosas, el círculo comenzaba a cerrarse y dentro quedaba un peligroso clan: la familia de las sapindáceas, a la cual pertenece tanto el ackee como el lichi. En ambas frutas se agavilla el aminoácido hipoglucemiante hipoglicina A y su homólogo metilenociclopropilglicino. El mecanismo por el cual la hipoglicina A sería capaz de inducir esos niveles tan bajos de glucosa en sangre se hallaría en su potencial inhibitorio sobre la beta oxidación de ácidos grasos y gluconeogénesis, tal y como se sustrae de estudios realizados con animales. Y una presencia mayor de hipoglicina A directamente proporcional al grado de inmadurez de la fruta.
Así las cosas, el círculo comenzaba a cerrarse y dentro quedaba un peligroso clan: la familia de las sapindáceas, a la cual pertenece tanto el ackee como el lichi. En ambas frutas se agavilla el aminoácido hipoglucemiante hipoglicina A y su homólogo metilenociclopropilglicino. El mecanismo por el cual la hipoglicina A sería capaz de inducir esos niveles tan bajos de glucosa en sangre se hallaría en su potencial inhibitorio sobre la beta oxidación de ácidos grasos y gluconeogénesis, tal y como se sustrae de estudios realizados con animales. Y una presencia mayor de hipoglicina A directamente proporcional al grado de inmadurez de la fruta.
Es así como la policía científica –bueno, sin el policía–, al frente de Shrivastava A. y su equipo se puso manos a la obra en 2014 y llevó a cabo un trabajo epidemiológico cuyos resultados aparecieron hace apenas un mes en The Lancet Global Health bajo el título de ‘Association of acute toxic encephalopathy with litchi consumption in an outbreak in Muzaffarpur, India, 2014: a case-control study’.
En el mismo, ilustran cómo entre el 26 de mayo y el 17 de julio, 390 niños fueron admitidos en dos hospitales de Muzaffarpur reuniendo los criterios de la enfermedad. De ellos, 122 murieron (31%). Por otro lado, 204 niños (63%) presentó niveles de glucosa en sangre de 70 mg/dL o menos. 104 casos fueron comparados con 104 controles. El consumo de lichi y no cenar antes de acostarse estuvo asociado con el desenlace de la enfermedad en las 24 horas anteriores. Para los consumidores de lichi, el odd ratio fue 9.6 [95% CI 3.6–24] y para los que no cenaron fue 2.2 [95% CI 1.2–4.3]. Sin embargo, acostarse sin cenar modificó el efecto de consumir lichis (OR de 7.8 [95% CI 3.3–18.8] para los que no cenaron; y OR de 3.6 [1.1–11.1] para los que cenaron). Así pues, tras la búsqueda de patógenos infecciosos, pesticidas, metales y otras causas no infecciosas, los autores descartaron los agentes infecciosos y pesticidas por negativos en los test de laboratorio realizados. Ningún control presentó metabolitos de hipoglicina A y el MCPG en los análisis de orina, mientras que el 90% de los casos presentó un perfil anormal de acilcarnitina en plasma, asociado a una disrupción del metabolismo de los ácidos grasos.
En el mismo, ilustran cómo entre el 26 de mayo y el 17 de julio, 390 niños fueron admitidos en dos hospitales de Muzaffarpur reuniendo los criterios de la enfermedad. De ellos, 122 murieron (31%). Por otro lado, 204 niños (63%) presentó niveles de glucosa en sangre de 70 mg/dL o menos. 104 casos fueron comparados con 104 controles. El consumo de lichi y no cenar antes de acostarse estuvo asociado con el desenlace de la enfermedad en las 24 horas anteriores. Para los consumidores de lichi, el odd ratio fue 9.6 [95% CI 3.6–24] y para los que no cenaron fue 2.2 [95% CI 1.2–4.3]. Sin embargo, acostarse sin cenar modificó el efecto de consumir lichis (OR de 7.8 [95% CI 3.3–18.8] para los que no cenaron; y OR de 3.6 [1.1–11.1] para los que cenaron). Así pues, tras la búsqueda de patógenos infecciosos, pesticidas, metales y otras causas no infecciosas, los autores descartaron los agentes infecciosos y pesticidas por negativos en los test de laboratorio realizados. Ningún control presentó metabolitos de hipoglicina A y el MCPG en los análisis de orina, mientras que el 90% de los casos presentó un perfil anormal de acilcarnitina en plasma, asociado a una disrupción del metabolismo de los ácidos grasos.
Así las cosas, tendríamos una secuencia entre el consumo de lichis inmaduros, presencia de mayores niveles de hipoglicina A y MCPG (inhibidores de la gluconeogénesis que participa durante el ayuno nocturno) y la aparición de una encefalopatía hipoglucémica que en muchos de los casos acaba por desembocar en un coma hipoglucémico y, posteriormente, la muerte. Una historia tan detectivesca como entusiasmante respecto a cómo la ciencia puede acabar salvando vidas con sólo el correcto análisis y puesta en práctica de según qué medidas de Salud Pública no farmacológicas en contextos locales donde la investigación brilla por su ausencia. En el caso que nos ocupa, los autores recomiendan vigilar en los niños la ingesta de lichis durante la época de cosecha –especialmente los menos maduros– y evitar acostarse sin cenar durante la época de brotes, así como corregir rápidamente los niveles de glucosa de los pequeños en cuanto exista la sospecha de enfermedad.
Para finalizar, tal y como comentan Peter S Spencer y Valerie S Palmer en el mismo The Lancet Global Health, debemos tener claro que en relación al ackee, su importación en formato enlatado está precisamente sujeta a controles para medir los niveles de hipoglicina, algo que no ocurre con el lichi natural. Sin embargo, aducen a su alto precio al tratarse de frutas importadas y la probabilidad de que sean ingeridas en pequeñas cantidades en personas bien nutridas para que no exista preocupación en los EE.UU. Visto lo visto, mejor no cenar lichis inmaduros. Aunque quizás veamos en breve la dieta del lichi. Quién sabe.
REFERENCIAS:
-Shrivastava A et al. Association of acute toxic encephalopathy with litchi consumption in an outbreak in Muzaffarpur, India, 2014: a case-control study. Lancet Glob Health. 2017 Jan 30.
-Spencer PS, Palmer VS. The enigma of litchi toxicity: an emerging health concern in southern Asia. Lancet Glob Health. 2017 Jan 30.
Para finalizar, tal y como comentan Peter S Spencer y Valerie S Palmer en el mismo The Lancet Global Health, debemos tener claro que en relación al ackee, su importación en formato enlatado está precisamente sujeta a controles para medir los niveles de hipoglicina, algo que no ocurre con el lichi natural. Sin embargo, aducen a su alto precio al tratarse de frutas importadas y la probabilidad de que sean ingeridas en pequeñas cantidades en personas bien nutridas para que no exista preocupación en los EE.UU. Visto lo visto, mejor no cenar lichis inmaduros. Aunque quizás veamos en breve la dieta del lichi. Quién sabe.
REFERENCIAS:
-Shrivastava A et al. Association of acute toxic encephalopathy with litchi consumption in an outbreak in Muzaffarpur, India, 2014: a case-control study. Lancet Glob Health. 2017 Jan 30.
-Spencer PS, Palmer VS. The enigma of litchi toxicity: an emerging health concern in southern Asia. Lancet Glob Health. 2017 Jan 30.